miércoles, 12 de septiembre de 2007

El día de la gran vergüenza

Ayer martes se cumplían 6 años de la masacre que el terrorismo islámico llevó a cabo en la ciudad de Nueva York y que dejó cerca de tres mil muertos y varias decenas de miles de mutilados y heridos. La huella que quedó entonces en la sociedad americana se mantiene hasta hoy día si cabe más nítido y presente que nunca, sabedores los americanos (me atrevería a decir que los únicos casi en Occidente) del peligro y de la magnitud de lo que se avecina.

El órdago lanzado por los terroristas islámicos aquel 11 S, es el mismo que el que produce todos los días decenas de atentados y secuestros en Iraq, o el que sacude el proceso de reconstrucción en Afganistán. Y ante ello, hacen falta reacciones contundentes, sin complejos, en búsqueda de la eliminación total del fenómeno terrorista, que muchas veces se encuentra enraizado en la misma población islámica que concibe el mundo occidental-secularizado como el origen de todos los males. Somos para ellos, poco menos que unos infieles, que necesitamos entrar en vereda de la mano de Alá, ha fuerza si hace falta de acciones violentas.

Desde nuestra parte, muy pocos han sido capaces de vislumbrar lo grave de la situación. Un cruce de civilizaciones, como el que vivimos, con un Islam decidido a arrasar a su enemigo (nosotros) se ve que no es cosa que moleste las conciencias de una vieja Europa, que si pronto no hace nada para despertar del letargo, muy fácil se lo pondrá a los que la quieren ver reducida a cenizas.

Estas son desde mi punto de vista, las dos grandes amenazas que se ciernen en estos momentos sobre el mundo libre: una exterior, liderada por grupos terroristas amparados en una cosmovisión de la vida pública y privada completamente diferente a la concepción occidental, y otra interior, más intelectual y de toma de posición respecto a la primera, que hace tambalear si cabe aun más fuerte, los cimientos occidentales que las bombas de sus enemigos.




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