jueves, 20 de septiembre de 2007

El problema de Europa

El nuevo vídeo hecho público por Al-Qaeda en el que el número dos de la banda terrorista, advierte entre otros a España del peligro de sufrir nuevos (¿?) atentados si no rectifican su política en el Magreb (es decir, entregarles Ceuta y Melilla), debería hacernos reflexionar acerca
de una serie de cuestiones difíciles de abordar en otro medio que no sea internet.

En primer lugar, ese vídeo evidencia una verdad absoluta: España no es hoy más segura por haber retirado sus tropas de manera, por cierto bastante vergonzosa, de Iraq. Parece todavía que muy poca gente se ha dado cuenta del peligro real que supone esta gente. No se trata ya de un grupo terrorista que aspira a la independencia de un determinado territorio (cosa también bastante lamentable), sino de un grupo terrorista, con delegaciones en todo el mundo, que cuenta con la simpatía y compliciad de muchos de los gobiernos musulmanes, y que son capaces de conseguir miles de adeptos con los que perpetrar nuevas canalladas. Su objetivo: la supremacia mundial del Islam. Ese choque del que desde hace años llevaba hablando entre otras, Oriana Fallaci, y cuyas recomendaciones, deberían estar sobre la mesa de todos los gobernantes del mundo libre.

Ante tal amenaza, solo caben dos posturas: la tibia y temerosa del sí pero no. La de reconocer el peligro, pero ¡cuidado que no te equiparen con un judio o lo que es peor, con un americano!. O bien, la postura decidida, de reconocimiento de un escenario difícil y la acción coherente.

Los terroristas musulmanes parten con la ventaja de no estar continuamente planteándose que es lo que son o cuales son sus raíces. Lo saben perfectamente y por eso nos sacan ventaja. Los occidentales en general, estamos continuamente discutiendo de donde venimos, si somos más o menos cristianos, cuáles son nuestras verdaderas raíces...perdiendo el tiempo en vacilaciones estúpidas, mientras otros no dudan en acabar con nosotros.

No podemos estar constantemente flagelándonos por las Cruzadas, por la Inquisición, por las Guerras Mundiales...Occidente ha aportado al mundo, infinítamente más avances, progreso y desarrollo que el resto. No ya sólo porque hayamos sido capaces de descubrir vacunas, salvar millones de vidas u otros muchos avences materiales. Hemos logrado llegar a un concepto propio y singular del estado más importante del hombre: la libertad.

Es precisamente esto lo que no nos perdonan: nos responsabilizan de haberle dado al, a partir de entonces ciudadano, unas bases y unas razones para discrepar del orden establecido por el profeta. Por eso, no llegan a entender la diferenciación entre justicia basada en jurisprudencia civil y justicia divina; o instituciones políticas, públicas y laicas e instituciones religisosas.

Somos los culpables de la secularización del mundo. Los que hicimos las revoluciones burguesas iniciadas en 1789 y los que conseguimos el voto universal, los derechos de la mujer y las garantías sociales y jurídicas para todos los ciudadanos. Ellos si tienen más claro que nosotros cuáles nuestras raíces: del cristianimos de base, legado a través de la herencia greco-romana, supimos evolucionar manteniendo nuestro espíritu y nuestro pasado, hasta llegar a una situación de conquista plena de la libertad, al que nos empujó una nueva clase social, la burguesia, apoyada por el incipiente capitalismo de la época. Ese es el mayor orgullo de Occidente y también, para ellos, nuestro mayor pecado que debe ser ejemplarmente corregido, por los que todavía no saben diferenciar entre fe y razón.

Ante tal desafío, no caben movimientos en falso. Debemos de estar tan orgullosos como ellos de sus raíces y de nuestras aportaciones a la Historia Universal. Con un Occidente que se de vergüenza de ser lo que es, nada podemos hacer. Sólo con un despertar del genio occidental, como aquel que fue capaz de descubrir nuevos mundos y que le dio al hombre su libertad, podremos ganarle la partida a nuestros enemigos.

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